Seguidores

lunes, 7 de febrero de 2011

Grita.



Gritar. Es sólo un verbo, una acción que podría realizarse de acuerdo a un sentimiento de culpabilidad, de agobio, de felicidad. Sin embargo, muchas veces no nos cabe otra que ahogarlo, aunque tengamos de deshacernos de él a la fuerza, porque su significado nos está haciendo daño. Gritar no es más que algo normal, ruido. Pero tan sólo el saber que estamos liberando algo que nos encarcelaba en alma durante tanto tiempo, aquello que nos impedía sonreír, lo convierte en uno de los gestos más significativos que puede llegar a haber.
Grita. Sí, venga, no tengas miedo, hazlo.
Libérate.
Cuéntale al mundo por qué sufres, quién es el causante de tu desdicha, de aquella pena que ensombrece tu corazón.
Grita. Sí, venga, deshazte de aquello que te impide respirar sin miedo a romperte.
Sonríe.
Cuéntale al mundo por qué lloras en la noche cerrada, por qué finges sonreír cada mañana para después desplomarte tan pronto como la gente de tu alrededor desaparece.
Grita. Sí, venga, hazlo. Grita con cada una de las venas de tu cuerpo, de las lágrimas de tus ojos, de los latidos de tu corazón.
Vive.
Cuéntale al mundo por qué ríes sin motivo, y luego lloras sin razón.
Cuéntale al mundo a quién amas sin sentido, y luego perdonas sin elección.
Grita. Grita. Grita.
Yo siempre estaré aquí para escucharte, y para hacerte escuchar.

No hay comentarios: